Renuncia con gusto (ahora sí)
Se supone que yo ahora no debería estar escribiendo aquí, sino que estaría en una bucólica casa rural envuelta de naturaleza, besos y calor de chimenea. ¿Qué ha pasado? Algo ya expliqué el día 10, o sea ayer. El jueves llegamos a la pedazo de casa allá en lo alto del Montseny y casi tal que nos fuimos, nos venimos. Un mal rollo impresionante envolvía aquel lugar. No, no son paranoias ni caprichos míos (podéis ver la foto del día 10). La caseta de las habitaciones debíamos compratirla con tres parejas con críos, así como dos duchas y dos lavabos para todos en condiciones higiénicas bastante cuestionables. Para bajar a comer debíamos sortear un camino lleno de barro y cacas de vaca. Claro, imaginar ir a oscuras a cenar podría ser realmente toda una gincana cada día. Y si la casa daba miedo de día, no quiero ni imaginar el miedo que daría de noche. Debo decir que la comida era casera y era buena pero debíamos comer todos los inquilinos en una mesa de comedor, como una familia impuesta y espontánea en una sala en penumbra (ideal para mi vertiente antisocial) con el perro en la puerta acechando a la mía sin descanso.
Todo olía a viejo, mi perra no paraba de aullar y llorar y en la puerta de la caseta esperaban los dos perros de la casa, descuidados y llenos de mierda, que la sitiaban: la perra para arrearle un bocado a la intrusa y el otro para hacerla madre. Los diez minutos de acercamiento sirvieron para que mi perra se llevara un par de picaduras de garrapatas, aún habiéndola desparasitado esa misma mañana y a pesar de llevar un collar antipulgas y antigarrapatas. Así que ojo a las condiciones en que estaban esos animales.
Por si el panorama ya no fuera suficientemente sugestivo, los dueños de la casa (que no eran campesinos, sino pijos naturistas de Barcelona que les había dado por llevar una vida semihippie) contaban sin pudor que, cuando su perra paría un número de cachorros indeseados, los degollaban ipso facto con sus propias manos. Así, salimos huyendo -con la inestimable ayuda de los padres de mi HB, que se hicieron el cansadísimo camino para recogernos sin ni siquiera haber comido-Sí, nos hemos quedado sin nuestras ansiadas vacaciones (por ahora) pero qué gusto renunciar a ellas pensando en que te podrías haber librado de un mal mayor. Uf.
Todo olía a viejo, mi perra no paraba de aullar y llorar y en la puerta de la caseta esperaban los dos perros de la casa, descuidados y llenos de mierda, que la sitiaban: la perra para arrearle un bocado a la intrusa y el otro para hacerla madre. Los diez minutos de acercamiento sirvieron para que mi perra se llevara un par de picaduras de garrapatas, aún habiéndola desparasitado esa misma mañana y a pesar de llevar un collar antipulgas y antigarrapatas. Así que ojo a las condiciones en que estaban esos animales.
Por si el panorama ya no fuera suficientemente sugestivo, los dueños de la casa (que no eran campesinos, sino pijos naturistas de Barcelona que les había dado por llevar una vida semihippie) contaban sin pudor que, cuando su perra paría un número de cachorros indeseados, los degollaban ipso facto con sus propias manos. Así, salimos huyendo -con la inestimable ayuda de los padres de mi HB, que se hicieron el cansadísimo camino para recogernos sin ni siquiera haber comido-Sí, nos hemos quedado sin nuestras ansiadas vacaciones (por ahora) pero qué gusto renunciar a ellas pensando en que te podrías haber librado de un mal mayor. Uf.
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